Viernes, Julio 4, 2025
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Trabajar para no sentir…

El trabajo como refugio emocional se ha vuelto uno de los escapes más invisibles de esta generación. Cuando rendir, producir y estar ocupado se convierte en una forma de no mirar hacia dentro, algo se rompe.

Cuando estar ocupado se vuelve adictivo

En una sociedad que premia el rendimiento y castiga la pausa, trabajar sin parar se disfraza fácilmente de responsabilidad. Pero detrás de la agenda llena, de los correos contestados a medianoche y de la necesidad de “estar haciendo algo”, muchas veces se esconde una forma de evasión emocional.
El trabajo se vuelve entonces un refugio cómodo: uno que valida, que aplaude, que distrae. Pero también uno que adormece. Porque cuando el dolor emocional no encuentra salida, la productividad puede transformarse en un anestésico eficaz.

El dolor que no se permite espacio

Hay momentos en la vida donde enfrentarse al dolor parece demasiado: una pérdida, una separación, un trauma que no se ha cerrado del todo. En esos casos, volcarse al trabajo parece una opción razonable. “Mejor mantenerse ocupado”, pensamos. Lo que no siempre se reconoce es el precio: nos alejamos de nosotros mismos, postergamos la sanación y confundimos rendimiento con salud emocional.

Cuando trabajar deja de ser una elección

Con el tiempo, este patrón se normaliza. Ya no se trabaja para construir, sino para evitar. Ya no hay pausa, porque el silencio duele. Ya no hay tiempo para uno mismo, porque estar solo significa enfrentar todo aquello que hemos ido tapando.
Y en esa inercia, se va la vida. Se pierden relaciones, momentos, espacios de conexión real. Y aunque por fuera todo parezca estar en orden, por dentro hay un vacío que crece.

Volver a habitarse

Reconocer este patrón no es fácil. Requiere honestidad y, sobre todo, compasión. No se trata de culparse por haber usado el trabajo como refugio. Al contrario, se trata de comprender qué emociones estaban pidiendo ser miradas.
Volver a uno mismo implica aprender a detenerse. A permitirse sentir, aunque duela. A recordar que no todo tiene que ser productivo para tener valor. Que el descanso también es un acto de sanación.
A veces no estás cansado del trabajo, estás cansado de no escucharte.

¿Y tú, de qué estás escapando cuando te mantienes ocupado?

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