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Si no sabes pedir ayuda, tal vez esto te pasó de niño

Desde la infancia, muchas personas aprenden que mostrar emociones o pedir ayuda es una señal de debilidad. Lo que a menudo se ignora es que esa creencia no surge de forma espontánea, sino que nace de entornos familiares que invalidan, silencian o distorsionan la expresión emocional. Este artículo explora cómo los traumas infantiles moldean nuestra relación con lo emocional en la adultez y cómo comenzar el proceso de sanación.

Infancia: el primer escenario emocional

La infancia es el periodo en el que se forma gran parte de nuestra estructura emocional. Es allí donde aprendemos —o no— a reconocer, nombrar y gestionar lo que sentimos. En muchos hogares, sin embargo, este proceso se ve truncado por dinámicas familiares que inhiben la expresión emocional genuina.

Frases como “no llores”, “no es para tanto” o “aguántate” no solo reprimen emociones, sino que enseñan una narrativa: mostrar vulnerabilidad es incómodo, pedir ayuda es innecesario y sentir tristeza es algo que debe esconderse. En ese ambiente, el niño o niña no aprende a regularse, sino a adaptarse para sobrevivir emocionalmente. Y esa adaptación suele implicar silencio, control o desconexión emocional.

Trauma infantil: más allá de los eventos extremos

Cuando se habla de trauma infantil, es común asociarlo a eventos claramente traumáticos como el abuso, la violencia o el abandono. No obstante, la psicología ha avanzado hacia una visión más amplia que incluye también los llamados “traumas relacionales” o “traumas pequeños pero repetitivos”. Estos incluyen la negligencia emocional, la falta de validación o el tener que asumir roles que no corresponden a un niño, como cuidar a un adulto emocionalmente inestable.

Estos traumas no siempre dejan marcas visibles, pero generan consecuencias profundas: dificultad para confiar, miedo a mostrarse vulnerable, una tendencia a la autoexigencia extrema o una sensación constante de no merecer ayuda ni afecto.

Adultos que sobreviven en lugar de vivir

Las heridas emocionales no resueltas no desaparecen con la edad. Por el contrario, tienden a manifestarse en la adultez a través de relaciones disfuncionales, ansiedad crónica, incapacidad de pedir apoyo o una desconexión profunda con el mundo emocional propio.

Muchas personas que fueron emocionalmente invalidadas en su infancia desarrollan mecanismos de defensa que les impiden vincularse desde la autenticidad. Se vuelven autosuficientes al extremo, no porque no necesiten a otros, sino porque aprendieron que depender emocionalmente era un riesgo.

Pedir ayuda, entonces, se convierte en una barrera. No porque no haya recursos o personas dispuestas a ayudar, sino porque el acto mismo de solicitar apoyo activa una memoria emocional que vincula esa acción con la vergüenza, el castigo o la humillación.

Sanar no es olvidar, es hacerse cargo

El proceso de sanación emocional implica reconocer que lo vivido dejó una huella y que, aunque no se puede cambiar el pasado, sí es posible construir una relación distinta con uno mismo.

Esto requiere, en primer lugar, desarrollar una mayor conciencia emocional: identificar los momentos en que se activa un patrón de autosilencio o autoexigencia, y detenerse a comprender su origen. A partir de allí, se puede comenzar a trabajar en la validación interna, buscar espacios terapéuticos, rodearse de vínculos seguros y permitirse sentir sin juzgar.

Sanar es, en muchos casos, un proceso de reaprendizaje. Implica desmontar creencias instaladas en la infancia y abrirse a la posibilidad de una adultez emocionalmente más libre y consciente.

La posibilidad de una historia diferente

No todos crecimos en entornos que supieron contener nuestras emociones o enseñarnos a pedir ayuda. Pero hoy, desde la conciencia, podemos construir ese espacio que antes no tuvimos. La infancia deja marcas, pero no tiene por qué dictar el resto del camino. Reconocer las heridas emocionales del pasado no es debilidad: es un acto profundo de responsabilidad hacia uno mismo.

¿Qué cambiaría en tu vida si hoy decidieras escucharte de verdad?

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