Hay momentos en los que nada encaja. Las cosas que antes te hacían sentido ya no te motivan, y lo nuevo aún no llega. No es que estés perdido. Es que estás en medio de una transformación interna que todavía no se ve por fuera.
La incomodidad de ya no ser quien eras
Crecer duele, aunque nadie lo diga. No solo por lo que implica aprender algo nuevo, sino por tener que soltar lo viejo. Es confuso cuando tu entorno sigue igual, pero tú ya no. Cuando los espacios, personas o rutinas que antes te sostenían, ahora te pesan. Ahí es donde muchos sienten que se han perdido.
Pero esa sensación no siempre es de pérdida. A veces es señal de que algo dentro de ti está evolucionando, aunque aún no tenga forma ni dirección clara. Y eso está bien. Cambiar también significa desordenarse un poco.
Dejar de reconocerte puede ser el primer paso para encontrarte
Sentirte fuera de lugar puede ser el primer síntoma de autenticidad. Porque por primera vez estás cuestionando lo que siempre diste por hecho: tus gustos, tus decisiones, tus metas. Estás dejando de vivir en automático.
Eso que sientes como vacío no siempre es tristeza, a veces es espacio. Espacio para una nueva versión tuya que está llegando. Pero como todo lo nuevo, da miedo, desconcierta y muchas veces se siente solitario.
No todo cambio se ve por fuera
Hay procesos silenciosos, lentos, invisibles. No siempre hay acción. A veces solo hay pausa. Y eso también es parte del viaje. No estás fallando si no tienes respuestas. No estás estancado si no hay resultados. Estás creciendo hacia adentro.
El problema es que solemos medir nuestro valor en base a la productividad o el rumbo claro. Pero hay temporadas en las que el alma necesita silencio para poder escucharse.
No estás perdido. Estás dejando de vivir desde lo que ya no te representa. Y aunque hoy no veas con claridad hacia dónde vas, eso no significa que no estés avanzando.