Dormir bien no es un lujo ni una meta de autoayuda. Es una necesidad básica. Pero en una cultura que valora más el hacer que el descansar, ¿cuántas veces has dejado el sueño para después… hasta que tu cuerpo ya no puede más?
Dormir es reparar lo que no alcanzamos a procesar despiertos
Mientras dormimos, el cerebro no se apaga. Todo lo contrario: procesa emociones, ordena recuerdos, limpia lo que no sirve y fortalece lo que nos sostiene. Es un laboratorio invisible donde la mente y el cuerpo se recalibran.
Cuando no dormimos bien, no solo estamos cansados. Estamos más irritables, ansiosos, desconectados. Pensar cuesta más. Sentir, también.
Una sociedad que romantiza el cansancio
Vivimos en una cultura que celebra estar ocupado, responder mensajes a las 2 am, dormir cuatro horas como si fuera un logro. El descanso quedó relegado a los que “ya cumplieron”, como si cuidar de uno mismo fuera un premio y no una necesidad.
Pero la factura llega. A veces en forma de ansiedad. Otras, en forma de una mente que simplemente colapsa.
Dormir es una forma de sanar, no de flojear
Privarse de sueño es también una forma de violencia hacia uno mismo. Como si no mereciéramos descanso. Como si siempre hubiese algo más importante que uno mismo.
Dormir bien es un acto de amor propio. Una manera de decir: “ya hice suficiente por hoy, ahora me cuido a mí”. Y eso también es salud mental.
Descansar también es avanzar
No se trata de dormir para rendir más. Se trata de dormir para estar bien. Porque cuando dormimos, le damos al cuerpo y a la mente el permiso para soltar. Para recomenzar.
El descanso no es pausa. Es base. Y cuando esa base falta, todo se tambalea. No estás siendo flojo. Estás siendo humano. Y necesitas dormir.